Es la experiencia de vacío. De encontrarte, de repente, en
medio de ninguna parte. Saberte lejos de todo, de todos. Nada.
Soledad que pesa en los hombros. Que ha pesado desde
siempre, desde que uno toma conciencia de la propia identidad. Soledad que se
aferra con demasiada familiaridad, a las manos, al cuello. A cada centímetro de
piel que acoraza, inexorable.
Que se busca. Soledad amiga.
En ella no hay dolor.
No
existen las heridas de los otros, ni siquiera las puñaladas de la vida te
alcanzan.
Y sin embargo, pesada carga. Todo el peso del mundo recae
sobre una única espalda. Demasiado pequeña, ¿verdad? Demasiado solitaria como
para arrastrar la montaña. Ni a base de fuerza, ni de tesón, ni de fe.
Soledad que endurece. Aleja, y aleja, hasta el infinito. Tan
lejos donde nadie pueda llegar, donde nadie pueda alcanzar las fisuras del
disfraz de autosuficiencia y poder.
Sin disonancias que rompan el equilibrio, ni música más que
la propia. Sin nadie que perciba las lágrimas, ni los defectos. Desde la cima,
uno no puede permitirse parecer blando.
Soledad ansiada y odiada. Esfuerzo en crear alas de plumas y
cera para volar cerca del sol. Quizá con la esperanza de que el sol derrita las
alas, la cera y la coraza, y nos devuelva algún día a alguna tierra menos
extraña.
A algún cielo menos vacío.
israel barranco
2 comentarios:
La última frase me mató, me encantó
Saludos!!
Gracias Nefer!
Me alegro que te haya llegado.
Un abrazo!
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