La sangre palpita, furiosa, bajo la piel. Ritmo constante,
sórdido.
Las cigarras cantan para mí, escondidas tras sus propios
temores. Como yo mismo, a veces.
Resbala sudor por mi frente,
y me gotea hasta el centro de
los ojos. La espalda que arde, asándose al ritmo lento del fuego que se
sostiene en el aire.
No queda frescor: se ha evaporado. Ni agua, ni brotes
verdes.
Verano atenaza la garganta con el sabor del polvo seco que
se levanta a cada pisada. Verano es el retumbar sordo del volcán en la nuca, en
las piernas. Brazos ennegrecidos. Y sed.
Verano es tierra arrasada de fuego. Tierra que ansía agua.
Se resecan hasta las raíces mismas de los árboles. Y sin embargo, frutecen.
Verano es ausencia de agua en la abrasadora mañana. No hay
humedad, en ningún lado. Sólo en la ofrenda entregada en cada rama, en cada
mata.
La vida misma que es regalo, a pesar de los fuegos pesados
de Verano.
ibarranco